martes, 6 de diciembre de 2011

Viaje al Fin de la Noche de Louis Ferdinand Céline



Muchas veces cuando se termina de leer un libro, puede quedar la sensación de un golpe seco, lo que en el boxeo sería un jab a la mandíbula. ¿Qué decir de Viaje al Fin de la Noche? básicamente que está por fuera de mi categoría pugilística, aguanté los diez asaltos, pero difícilmente me volveré a parar.

De golpe en golpe, de voz en voz, con entradas ingeniosas, con juegos metafóricos que tocan la sublimidad literaria, mientras expresan lo más hondo de la despreciable y noble naturaleza humana, Céline introduce al lector en su noche mientras se la muestra sin apuros, sin prevenciones, sin etiquetamientos, sin diplomacia. Habla el lenguaje de la calle, lleno de interjecciones, de onomatopeyas, de admiraciones, de puntos suspensivos, en una obra que en un comienzo se pensó intraducible y que en francés seguramente es mucho más bella de lo que ya es. La traducción al español a veces agota, al estar basada en una jerga ajena al español latinoamericano.

Ferdinand Bardamu el listillo alterego de Céline, es el protagonista de la obra, que se ve inmiscuido en una guerra que no tiene sentido y en la que no defiende ninguna causa, más que el primario deseo de seguir viviendo, que siempre considera superior a cualquier argumento bélico de quienes ahí lo pusieron; no obstante y como casi siempre sucede, el que menos quiere es el que llega y Bardamu recibe su mención de honor, a pesar de ser herido según él en su cabeza, lo cual más adelante le servirá como atenuante de su comportamiento y de algunas ligerezas que lo van poniendo cada vez más cerca del lector. En esto cabe señalar que nunca hubo registros de que Céline fuese herido en la cabeza durante la guerra, aunque sí lo fue en un brazo.

"Sí, de lo más cobarde, Lola, rechazo la guerra por entero y todo lo que entraña... Yo no la deploro... Ni me resigno... Ni lloriqueo por ella... La rechazo de plano, con todos los hombres que encierra, no quiero tener nada que ver con ellos, con ella. Aunque sean noventa y cinco millones y yo sólo uno, ellos son lo que se equivocan, Lola, y yo quien tiene razón, porque yo soy el único que sabe lo que quiere: no quiero morir nunca".

Bardamu, como cualquier hombre de su tiempo o de estos, conoce el amor en brazos de una prostituta, esta vez parisina, y es posiblemente aquí donde el Bardamu mediático y utilitarista de la guerra deja entrever lo que es capaz de hacer, fruto de los primeros golpes de la vida real, más allá del macabro juego de sobrevivir en el conflicto. El desventurado Bardamu es destinado a las colonias en el Togo, y ahí la complejidad del personaje se eleva a un climax que genera desde compasión hasta hastío, una filigrana de características que dejan carta abierta a cualquier posibilidad en la historia, el Ferdinand de la novela lo puede todo y no cree en nada. Tal vez es esa su mayor virtud y el mejor recurso empleado, cual es el hecho de que Bardamu es un incrédulo como ninguno, no está con patria, familia, religión, ni las formalidades normales que posteriormente encontrará en su profesión de médico. El protagonista le repite hasta la saciedad al lector que lo único que está haciendo es actuar y un personaje así, es difícil de encasillar.

"Era evidente que me iba a abandonar, mi amada, del todo y pronto. Yo no había aprendido aún que existen dos humanidades muy diferentes, la de los ricos y la de los pobres. Necesité como tantos otros, veinte años y la guerra, para aprender a mantenerme dentro de mi categoría, a preguntar el precio de las cosas antes de tocarlas y, sobre todo antes de encariñarme con ellas".

La máxima expresión de nihilismo y maledicencia llega con un Bardamu vagando por las calles de la joven y emprendedora sociedad norteamericana, con su prosperidad y su sistema de producción Ford, del cual nuestro protagonista se hace partícipe, en una audacia del autor que no puede poner a Bardamu en un ambiente más antagónico a lo que este representa. Una vez allí y al intentar buscar a su amada prostituta se da cuenta del vacío existencial que lo acompañará por siempre.

"Eso es el exilio, el extranjero, esa inexorable observación de la existencia, tal como es de verdad, durante esas largas horas lúcidas, excepcionales, en la trama del tiempo humano, en que las costumbre del país precedente te abandonan, sin que las otras, las nuevas, te hayan embrutecido aún lo suficiente".

"Es la edad también que se acerca tal vez, traidora, y nos amenaza con lo peor. Ya no nos queda demasiada música dentro para hacer bailar a la vida: ahí está. Toda la juventud se ha ido a morir al fin del mundo en el silencio de la verdad. ¿Y adónde ir, fuera, decidme, cuando no llevas contigo la suma suficiente de delirio? La verdad es una agonía ya interminable. La verdad de este mundo es la muerte. Hay que escoger: morir o mentir. Yo nunca he podido matar".




Y precisamente esas reflexiones de Ferdinand Bardamu guardan relación con lo venidero en la obra, un Bardamu cada vez mas lejano que volvió a Francia y terminó graduándose de médico después de haber sido apaleado en varias esquinas del mundo, de casi ser linchado en un barco camino a África, de ser el paria que nunca dejó de ser. El insignificante Bardamu se hace médico pero no puede dejar su sino de desesperanza, ese que le hacía tan duro levantarse en las mañanas y tan ridículo irse a la cama en la noches, no era el único.

"Conejo aquí, héroe allá, es el mismo hombre, no piensa más aquí que allá. Todo lo que no sea ganar dinero supera su capacidad de comprensión clara e infinitamente. Todo cuanto es vida o muerte le supera. Ni siquiera con su propia muerte especula bien a derechas. Sólo comprende el dinero y el teatro".

"Es triste el espectáculo de la gente al acostarse; se ve claro que les importa tres cojones cómo vayan las cosas, se ve claro que no intentan comprender, ésos, el porqué de que estemos aquí. Les trae sin cuidado. Duermen de cualquier manera, son unos calzonazos, unos zopencos, sin susceptibilidad, americanos o no. Siempre tienen la conciencia tranquila". 


Y así con su nuevo nivel de médico, lo único que hace es acentuar el vacío, los vicios y miedos de su vida de soldado y vagabundo que son los mismos pero ahora desde su posición de profesional. Bardamu no se reinventa, no cambia, y lo que busca es eso realmente, ser el mismo del comienzo hasta el final de la obra, al fin de la noche. Su vida de médico rural, actuando por unos cuantos francos, lo hace tal vez más horrible de lo que era, ahora se interesa más por el sexo, pues no está confinado a los burdeles como antes, su actuación e hipocresía se acentúan, es alguien,e incluso llega a ser director de un instituto psiquiátrico.

"En cuanto a los enfermos, los clientes, no me hacía ilusiones al respecto... No iban a ser en otro barrio ni menos rapaces, ni menos burros, ni menos cobardes que los de aquí. La misma priva, el mismo cine, los mismos chismes deportivos, la misma sumisión entusiasta a las necesidades naturales, de jalar y cagar, los convertirían, allá como aquí, en la misma horda embrutecida, cateta, titubeante de una trola a otra, farolera siempre, chapucera, mal intencionada, agresiva entre dos pánicos".

Pero al lado de Bardamu, hay otro que parece tener como misión en la novela dibujar situaciones aún más duras y extremas que las del mismo Ferdinand, ese es Robinson, quien fuera su compañero en la guerra y lo siguiera (más que acompañara), hasta el final de la historia. Robinson es un asesino descarado, posiblemente la guerra lo hizo así, un aprovechador, traducido como un "listillo", un ladrón incluso, exhibe los antivalores más dicientes, pero nada parece ser su culpa y cuenta con la deferencia de Ferdinand. Esta es posiblemente la parte más interesante de la historia.

Bardamu no es bueno, es simplemente humano, y eso basta para tener una historia que contar, ¿Cómo puede ser bueno alguien que ha visto tanto, que estuvo en la guerra? ese es su precepto, ¿Cómo no puede untarse de lo que hay a su alrededor? Por otro lado al Ferdinand escritor siempre lo asociaron con el antisemitismo, lo quieren casi que olvidar, el gobierno Francés no realizó ninguna conmemoración por el cincuentenario de su muerte en enero de este año que se termina, Céline siempre habló de una alianza Franco-Alemana para terminar la guerra y salvar a Europa, setenta años después parece no haber otra salida.

Viaje al Fin de la Noche es la gran novela europea de primera mitad del siglo veinte, anterior a Cioran, a Bukowski al mismo Vallejo, es el golpe a los estamentos, a la confianza en la naturaleza humana, es el fin a la historia de hermandad entre los hombres, de un mundo mejor, de los beneficios de la ciencia, del desarrollo de la sociedad, del bienestar general, de la nación como elemento constitutivo de valores, adiós a todo eso, el tiempo de los hombres se acabó.

"La gran fatiga de la existencia tal vez no sea, en una palabra, sino ese enorme esfuerzo que realizamos para seguir siendo veinte años, cuarenta, más aún, razonables, para no ser simple, profundamente nosotros mismos, es decir, inmundos, atroces, absurdos. La pesadilla de tener que presentar siempre como ideal universal, superhombre de la mañana a la noche, el subhombre claudicante que nos dieron".


Notas tomadas de: LOUIS FERDINAND CÉLINE, Viaje al fin de la noche, Edhasa, Primera edición junio de 2008, Traducción de Carlos Manzano.

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