jueves, 8 de diciembre de 2011

Los cuentos de Manuel Mujica Lainez





Cuando se habla de literatura latinoamericana, se rememoran apellidos en español desde México hasta Argentina: Los Paces, Fuentes, Asturias, Garcías Márquez, Vargas Llosas, Bolaños, Mistrales, Cortázares, Borges, etc. Todos ellos indiscutibles narradores y literatos, escritores que conocían o conocen el oficio, de historias ricas en personajes y portadores de un realismo en ocasiones descarnado y otras mágico. Estandartes de las letras latinoamericanas y en general del idioma español, pero pocos de ellos prosistas consagrados, pocos de ellos dotados del esplendor en el relato, y pocos también, dueños de un léxico que reflejaba tanta erudición y exactitud como el de "Manucho".

Manuel Mujica Lainez, el hombre nacido en una rica familia aristócrata argentina, educado en Francia e Inglaterra; crítico de arte, periodista, corresponsal y escritor, es casi que una isla en el panorama de las letras latinoamericanas, es diferente. Su erudición que no agobia, se deja ver en cada uno de sus párrafos. Y es que aunque Mujica Lainez haya escrito grandes novelas como Bomarzo, El Escarabajo, Los Ídolos y La Casa (esta última, considerada como una segunda parte de Los Ídolos, pero que se puede leer de manera independiente), deja ver su más agudo ingenio, poseedor de fantasía, ternura y simplicidad en cada uno de los cuentos que componen su obra.

"El hombrecito del azulejo" es uno de aquellos cuentos de Manucho que evoca esa ficción que es mágica y grandilocuente en sus letras. El niño que con sus lágrimas mágicas logra burlar la muerte, junto a su hombrecito francés de cerámica, su hombrecito de azulejo que astutamente, en una rica descripción le cuenta a la muerte, relatos de otras muertes más aparatosas y más eminentes que aquella que se pretende llevar al chico. Es un desborde de imaginación, de ideas, de recuerdos y de amor. Manucho sabe cómo hacerlo en tan pocas líneas. Sus fórmulas sintácticas son limpias y el ritmo del relato se mantiene en lo más alto de principio a fin.

"Todo el patio se ha colmado de sangre y de cadáveres revestidos de cotas de malla. hay desgarradas banderas con leopardos y flores de lis, que cuelgan de la cancela criolla; hay escudos partidos junto al brocal y yelmos rotos junto a las rejas, en el aldeano sopor de Buenos Aires, porque Martinito narra tan bien  que no olvida pormenores. Además no está quieto ni un segundo, y al pintar el episodio más truculento introduce una nota imprevista, bufona, que hace reír a la Muerte del Barrio San Miguel, como cuando inventa la anécdota de ese general gordísimo, tan temido por sus soldados, que osó retar en duelo a Madame la Mort de Normandie, y la Muerte aceptó el duelo, y mientras éste se desarrollaba ella produjo un calor tan intenso que obligó a su adversario a despojarse de sus ropas una a una, hasta que los soldados vieron que su jefe era en verdad un individuo flacucho, que se rellenaba de lanas y plumas, como un almohadón enorme para fingir su corpulencia".


En "Aquí Vivieron", Mujica Lainez conforma una novela, por medio de una serie de relatos cortos que terminan formando una secuencia, en la cual el protagonista es una casa quinta, desde cuando era solo un lugar hasta un lote de terreno. Es el comienzo, auge y decadencia de una propiedad, que deja ver las historias y vidas de sus ocupantes, guardando coherencia plena en descripciones y momentos. El libro evoca la nostalgia de lo material, de aquellas grandes épocas, y es que Mujica Lainez era un aficionado a los objetos, los coleccionaba de todas partes y de todas las características posibles, pues según él,  los objetos no mienten, son los hombres quienes mienten cuando hablan de ellos. No es entonces de extrañarse que "Aquí Vivieron" y "La Casa", tengan por protagonista a un objeto, que finalmente parece ser el narrador omnisciente que todo lo ve y que cuenta la historia de manera íntegra.

"Un novelista en el Museo del Prado", resulta ser una obra de carácter sumamente ingenioso. Escrita al final de su vida, en este libro de cuentos, Manucho hace gala de su más profundo conocimiento artístico y se vale de una visita virtual al famoso museo para recrear narraciones y cuentos, a partir de las obras que allí se exhiben. Arte y literatura en un librito pequeño de bolsillo, escrito con la rigurosidad de alguien a quien no le importaba hacer una pausa de dos años o más en su producción literaria para documentarse, antes de seguir adelante.

Recordado como un gran escritor, no tan leído en contraposición a la extensión y calidad de su obra, así como en cuanto al aporte a la prosa castellana, Manucho, quien él mismo define como un personaje diferente a Manuel Mujica Lainez, continúa en el ideario literario latinoamericano, un poco apartado de los grandes nombres de las letras de este lado del mundo, pero a la espera de que posiblemente generaciones venideras, reconozcan la lucidez de su obra.

Hoy su casa de Córdoba es un museo cuidado por la Fundación Mujica Lainez, que preserva desde objetos personales de su antiguo ocupante, hasta una colección de más de quince mil libros con anotaciones propias de Manucho, sin duda que se trata solo de un minúsculo homenaje a este grande de las letras castellanas.

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