martes, 20 de diciembre de 2011

Las atracciones de la religión, el reto del humanismo, por Ronald A. Lindsay






El poder del mensaje de la religión



Dios recompensa a los fieles, en esta vida o en la siguiente. Los fieles no saben cuando va a llegar esa recompensa, pero pueden tener confianza que esta va a venir, eventualmente. Además, Dios no pide mucho a cambio. Dios solo pide que los fieles seas fieles, eso, que la gente confíe en él y manifieste su confianza orando, uniéndose a los servicios de adoración, apoyando su iglesia (o mezquita, templo o lo que sea) y siguiendo sus mandamientos, como fueron interpretados por sus auto nombrados voceros, naturalmente. Este es su núcleo esencial, este ha sido el mensaje de la mayoría de las religiones desde los tiempos antiguos hasta el presente. Seguramente, hay variaciones. Típicamente cada religión ahora tiene una deidad en vez de deidades, y la deidad de hoy parece más interesada en lo que caracteriza las reglas de la moral, a diferencia de algunas deidades antiguas que se concentraron más en la observancia de los rituales. Pero esas diferencias solo matizan el mensaje central.

Y es que es un mensaje poderoso. Su poder se muestra en el hecho de que permanece atractivo para la mayoría de los habitantes del planeta, incluso cuando la creencia en representantes sobrenaturales ha perdido toda respetabilidad intelectual. Al comienzo de la humanidad la creencia en representantes sobrenaturales tenía alguna explicación empírica. La existencia de los dioses parecía explicar las cosas que de otro modo escapaban al entendimiento. Si nuestros antepasados no entendían las causas naturales del viento, la lluvia, la sequía, las inundaciones, la fertilidad, las enfermedades, y así sucesivamente, no sorprende que atribuyeran aquellos fenómenos a un agente o agentes, y obviamente que esos agentes tenían que poseer poderes que excedían los nuestros. Pero para los humanos modernos (excepto para aquellos quienes intencionalmente o de otra manera son ignorantes) los dioses no explican nada.

La creencia en dioses ha perdido basada en la evidencia, cualquier fundamento que alguna vez haya tenido, de ahí la dependencia en la fe. El llamado a la fe no tendría efecto, a menos que no hubiera una fuerte motivación para creer. Pocos aceptarían la realidad de un automóvil usado, invisible e indetectable basados en la fe, pero muchos siguen aceptando la realidad de una deidad invisible e indetectable. Mientras nuestras capacidades epistémicas han madurado, las básicas emociones humanas y los deseos, permanecen con muy pocos cambios desde los tiempo prehistóricos. Freud llamó a la religión una “ilusión infantil”, y si uno interpreta la afirmación refiriéndose a una etapa en el desarrollo de la humanidad, Freud ha dado en el blanco. No es que el creyente tenga la mente de un niño, es más bien que el creyente procura la tranquilidad emocional de forma similar a la de los primeros hombres.

Es recurrente que los humanos se vuelvan a los dioses a causa de la preocupación sobre la muerte. Hay algo de cierto en esta observación, pero es tan ancha como estrecha a la vez. Es ancha porque no todos los humanos, ni siquiera los primeros humanos, han asociado la creencia en los dioses con la inmortalidad personal. Por cierto, que hay millones que hoy ni creen en los dioses ni parecen muy preocupados acerca de su inevitable muerte. La afirmación es a la vez muy estrecha por cuanto no es solo una preocupación existencial acerca de la muerte que los dioses puedan aliviar, sino también se trata de preocupación sobre las incertidumbres de la vida. ¿Cómo voy a ayudar a mi familia? ¿Van a sufrir mis hijos? ¿Voy a encontrar el amor? ¿Qué oportunidades debo seguir? ¿Voy a tener oportunidades?

En tiempos antiguos la gente buscaba la respuesta a esas preguntas, consultando oráculos u otros mensajeros de los dioses. Dios es más distante ahora, y la mayoría de creyentes aceptan que Dios espera de nosotros la elaboración de planes preliminares por cuenta nuestra y luego la realización de un esfuerzo por llevarlos a cabo. Los creyentes proceden, sin embargo, con la seguridad, que al final no van a fallar. Lo que podría parecer como fallas ante los otros son solo reveses transitorios y retos, porque al final Dios va a recompensar a sus fieles.

Como se indicó, hay alguna clase de reciprocidad en esto. El ofrecimiento del amor absoluto de Dios, viene con un par de condiciones. Las recompensas son garantizadas solo si es mostrado un adecuado respeto a Dios, así como la obediencia a sus reglas. Los teístas descaradamente encuentran el punto de esta relación recíproca, en el argumento de que la religión provee más seguridad para la moral que cualquier concepto del mundo secular. Los fieles pueden basarse en el hecho de hacer lo correcto (normalmente) porque la gente sabe que el favor de Dios está condicionado en hacer eso correcto.

Extraordinariamente, no solo los religiosos son quienes compran este argumento. Hay algunos individuos seculares, incluyendo algunos bien conocidos, quienes “creen en las creencias”, esto es, que creen que es importante para la mayoría de la gente conservar la fe en los dioses. Que es algo inevitable. Un ejemplo de este punto de vista es un ensayo reciente escrito por Mario Vargas Llosa, un miembro de la Academia Internacional de Humanismo, ni más ni menos, el cual apareció en el influyente diario español El País. En este ensayo titulado “La fiesta y la Cruzada”, Vargas Llosa comenta acerca de la visita del Papa a España en Agosto de 2011. Al hacerlo, argumenta que la religión es algo bueno tanto como mantenga una estricta separación entre esta y el estado. Cree que el ateísmo o el humanismo no van a remplazar a la religión “Excepto para algunas pequeñas minorías”, que “La mayoría de los seres humanos” puede encontrar las respuestas a sus dudas existenciales, solo en la religión.

Además “una sociedad democrática no puede combatir efectivamente a sus enemigos – empezando por la corrupción – si sus instituciones no están firmemente apoyadas por los valores éticos, si una rica vida espiritual  no florece en su seno como un antídoto permanente contra las fuerzas destructivas… que normalmente guían la conducta individual, cuando el ser humano se siente libre de toda responsabilidad. Finalmente, “la idea de aniquilación continuará hasta ser inaceptable para una persona del común… quien continuará hasta encontrar en su fe, la esperanza de una vida después de la muerte”.

Uf. No estoy seguro de que se pueda encontrar una opinión más desesperada acerca de las limitaciones de la humanidad, fuera de la parábola del Gran Inquisidor de Dostoyevky. Si Vargas Llosa está en lo cierto, solo las “pequeñas minorías” de humanos serán capaces de vivir sin las falsas creencias de las religiones.

Las garantías falsificadas de la religión

No creo que Vargas Llosa tenga la razón, pero le voy a conceder algo: para algunos creyentes, esto no es suficiente para derrotar el teísmo intelectualmente. Al menos frente a una deidad poderosa y personal - que responde a las oraciones, realiza milagros, y puede convertirse en un hombre, en una lluvia de oro, o un bosque en llamas – esa batalla ha sido luchada y ganada. La evidencia contra la existencia de una deidad personal es abrumadora. Alguien que crea lo contrario simplemente no se ha enterado todavía.

Pero aunque los argumentos en contra de la existencia de los dioses son efectivos algunas veces, para muchos no son persuasivos. Más de unos creyentes contemporáneos se aferran a la religión, no atraídos por los cuentos familiares acerca de la existencia de un dios personal, sino que lo hacen a pesar de estos. Racionalizan evidencia en contra de la existencia de los dioses, permitiendo que sus emociones determinen sus creencias, porque cuando los creyentes se alejan de los dioses, pueden sentir que están abandonando sus esperanzas. En muchos casos, debemos no solo hace entender a los creyentes que la esperanza que ellos albergan, esta construida en fantasía en vez de realidad, pero también que, cuando es examinada, esa esperanza no provee el deseado consuelo y la tranquilidad. El alivio de las religiones está falsificado. Estas solo reflejan un entendimiento truncado de la condición humana.

Tomemos el miedo a la muerte y la esperanza de la inmortalidad, que se supone que alivian la preocupación de la muerte. ¿Qué es lo que se supone que la inmortalidad en el cielo, provee a los creyentes? Muchos creen que de alguna forma es la continuación de la vida en la tierra y que las valiosas relaciones que ellos han cultivado mientras están vivos continuarán más allá de la tumba. Para decir la tan pronunciada frase, tras la muerte “verá sus seres amados de nuevo”. Pero esta existencia proyectada posiblemente no puede satisfacer nuestros anhelos humanos. La realidad en la que vivimos es dinámica, siempre cambiante. Si se supone que el cielo es la continuación de nuestras vidas, ¿Cómo puede uno restablecer una relación con los parientes, esposos, niños y amigos que murieron años atrás? Acaso han estado congelados en el tiempo? No han cambiado ellos desde sus muertes? No habrían entablado ellos nuevas relaciones en su morada celestial? Les importaría vernos? Igual, si eventualmente fuéramos a reunirnos con nuestros seres amados que vivirán incluso más allá de nuestras muertes, retendremos alguna conexión emocional con ellos? Podrían nuestros dos años de edad que ya dejamos atrás,  ser recordados para siempre? No sería que ese niño que recuerdas se convierta en un extraño?
Deja los seres queridos fuera del cuadro. Quizás tú eres un solitario. Sin embargo tú te prolongas a la inmortalidad, porque finalmente serás capaz de hacer lo que siempre quisiste hacer: escribir una novela, descubrir una cura para el lupus, proveer asistencia médica a aquellos que lo necesitan, ocupar un cargo político, ser un juez. Pero sean las que sean tus metas o ambiciones, el cielo no te va a dar la oportunidad de lograrlas. Tus actividades necesariamente llegan al final con tu muerte. Aún si en tu reino espiritual te pusieran en un laboratorio con todos los equipos, tu trabajo no tendría sentido. Solo estarías pasando a través de los movimientos. Esto sería un sinsentido como la vida en la Matriz, pero sin sumarle la carga de tu conciencia que no tendría entonces sentido.

No es necesario ir a través de los diferentes escenarios considerando el después de la vida, incluyendo especulaciones teológicamente sofisticadas sobre una “visión beatífica” o de una eterna unidad con Dios. (¿Cuál es la diferencia entre una existencia sin conciencia del tiempo y estar muerto?) No importa cual sea la historia, pues al examinarla nos encontramos con que ninguna de ellas aborda adecuadamente las preocupaciones relacionadas con la muerte, ni las preocupaciones. Todos los proyectos de un modo de existencia son ajenos a nuestra experiencia vivida.

La resistencia instintiva a la muerte y las ocasionales sensaciones de terror cuando se contempla la muerte, son de esperarse. Somos animales; además, somos animales que tenemos el conocimiento previo de que hay una amenaza a nuestra existencia que, a la cual finalmente no podemos escapar. Pero Vargas Llosa es excesivamente pesimista cuando predice que una persona del común nunca podrá estar reconciliada con el pensamiento de la extinción. Ya hay decenas de millones de gente “del común” que aceptan la realidad de la muerte, en parte porque reconocen no solo que no hay evidencia empírica que sugiera una existencia continuada más allá de la tumba sin que esa existencia tuviera un sentido. Es en realidad condescendiente con la gente común y corriente que asumen su incapacidad ante tal realización.

El reto para el humanismo

El humanismo secular va “más allá del ateísmo”, al menos esa es nuestra reivindicación. Parte de lo que está implícito en esa reivindicación es que podemos ir más allá de la simple argumentación en contra de la existencia de deidades. Respecto a la muerte, destacamos la pobre promesa de las religiones consistente en ofrecer una vida después de la muerte. Esta promesa no solo es nebulosa sino incoherente. Además explicamos cómo una existencia finita invierte vidas humanas con significado. La muerte provee el contexto para nuestras acciones: lo que nos importa realmente, teniendo en cuenta que no tenemos segundas oportunidades.

Por supuesto, el miedo a la muerte no solo es la preocupación conectada con las creencias religiosas. Lo complejo de las actitudes psicológicas que motivan las creencias religiosas, incluyen las preocupaciones de las muchas contingencias de la vida. Aquí el humanista debe mostrar que seguridad, consolación, y esperanza no son competencia exclusiva de la religión; por el contrario, confiar en Dios debe estar en un distante segundo lugar de la confianza en uno mismo y la ayuda de los otros.

El ateísmo, en y por sí mismo, no tiene ética, el humanismo la tiene. El eje de la ética humanística es un compromiso con el valor y la dignidad de todos los humanos. Reconocemos que tenemos obligaciones aún con aquellos que están ligados a nosotros solo a través de nuestra humanidad compartida. Esas obligaciones incluyen un apoyo inquebrantable para ciertas libertades fundamentales, tales como una libertad de expresión, libertad de asociación, libertad de conciencia y libertad de seguir una carrera profesional, que garantice que el individuo tendrá autonomía para darle forma a su propia vida.

También me gustaría reafirmar que esas obligaciones implican un compromiso de proveer asistencia material a otros simplemente porque son humanos en necesidad. La libertad es un bien fundamental, pero uno debe tener los medios para hacer uso de su libertad si lo que se quiere es tener una vida plena. El humanismo no tiene un programa económico o social detallado; los humanistas pueden tener diferencias legítimas acerca de las políticas fiscales o acerca de la estructura de nuestro sistema de seguridad social. Pero que tenemos un sistema de algún tipo, de eso no tengo ninguna duda.

Algunos sociólogos han dicho que hay una conexión entre la amplitud y la fortaleza del sistema de seguridad de una sociedad y el grado en el cual su población es irreligiosa. Los países escandinavos son con frecuencia citados como ejemplos. La secularización (al igual que las creencias religiosas) son un fenómeno muy complejo que puede tener cualquier causa, pero el apoyo de la comunidad a aquellos en necesidad es posible que desempeñe un papel en el desligue de la gente de la religión. Aquellos caídos en desgracia tienen que convertirse en algún momento y si no los ayudamos, van a volverse a los dioses. Rogando por ayuda a un ser imaginario, lo cual no parece muy tonto, si la única alternativa es el silencio y la indiferencia propia de los seres humanos.

Como humanistas, debemos confrontar la religión no solo a un nivel intelectual, sino también a uno emocional. Debemos responder a las necesidades humanas y a las vulnerabilidades para establecer la esperanza del cumplimiento de una vida, lo cual puede ser una expectativa realista. La razón puede llevarnos solo hasta hoy. Si los humanistas no se refieren a las motivaciones de las creencias religiosas, en seguida, en gran parte del mundo, solo “pequeñas minorías” serán capaces de resistir el mensaje seductor de la religión.










No hay comentarios:

Publicar un comentario