domingo, 22 de enero de 2012

La montaña mágica de Thomas Mann



Inspirado por la visita de su esposa Katia Mann a un sanatorio en Davos, Thomas Mann le da vida a un proyecto que estaba encuadrado inicialmente en ser una novela corta, pero que con el transcurrir del tiempo se convirtió en una extensa obra que refleja con claridad, parte de los ideales de la Europa previa a la Primera Guerra Mundial.

Por medio del personaje principal, joven ingeniero Hans Castorp, quien acude al sanatorio Berghof a visitar por tres semanas a su primo Joachim Ziemssen, se da inicio a una historia que el autor considera la corta o larga historia de Castorp, quien siempre es llamado por su nombre y apellido. Al parecer no pretendía escribir una entretenida historia, llena de altibajos y de ingeniosas situaciones, sino simplemente contar y a veces explicar la indefinida estancia inicial de Hans Castorp en el sanatorio de tuberculosis. Castorp encuentra una recia diferencia de clases una vez en el centro montañero; los rusos bien, los intelectuales, los profesionales, los que estaban lejos de mantener una conversación de temas elevados y los que no se podían comunicar, simplemente por la barrera del idioma.

Su primo, el verdadero enfermo, es el encargado de introducir a Castorp con las celebridades del lugar. La novela adquiere entonces una atmósfera que nunca abandonará, y puede ser parte de lo que inspira el título de la obra, por cuanto la constante reflexión de los más diversos temas y situaciones propios de la humanidad empiezan a tener cabida, una vez es superada la aclimatación inicial.

Esta situación se acentúa aún más, con el hecho según el cual, Castorp ya no puede abandonar el lugar al cumplirse las tres semanas de estancia que tenía presupuestadas, por cuanto cae presa de una súbita fiebre que más adelante será objeto de complicaciones, así las cosas su permanencia en el sitio se torna indefinida.

"Viviría allá abajo, en el mundo del país llano, entre hombres que no tenían ninguna idea sobre el modo cómo era preciso vivir, que no sabían nada del termómetro, del arte de empaquetarse, del saco de pieles, de los tres paseos diarios, de... era difícil de decir, era difícil de enumerar todo lo que en el país llano ignoraban por completo, pero la idea de que Joachim, después de haber vivido aquí arriba más de un año y medio, debía vivir entre los ignorantes, esa idea, que no concernía más que a Joachim y que no le atañía a él, a Hans Castorp, más que desde muy lejos y en cierto modo a título de hipótesis, le turbaba de tal manera que cerró los ojos e hizo con la mano un gesto de defensa: "imposible, imposible", murmuró".



Con un Castorp, entre resignado y acostumbrado a la vida allá arriba, y que ya había dejado de reprocharle a  su primo Joachim, la causa vesánica de perder el tiempo entre esas gentes, nos encontramos con la parte principal y quizás más profunda de la novela, esto es, la aparición de Ludovico Settembrini y más adelante de Leo Naphta, dos personajes sin los cuales la montaña no sería mágica.

"Y en cuanto a la degradación del hombre, su historia coincide exactamente con la del envilecimiento del espíritu burgués. El Renacimiento, el siglo de las luces, la ciencia natural y las doctrinas económicas del siglo diecinueve no han desdeñado enseñar nada, absolutamente nada, que no fuese en cierta manera apropiado para favorecer esa degradación, comenzando por la nueva astronomía que ha hecho del centro del universo, el escenario ilustre en el que Dios y Satán se disputaron a las criaturas, un pequeño planeta cualquiera y que provisionalmente ha puesto a fin a la grandiosa situación cósmica del hombre, sobre la cual se funda la astrología".




Settembrini encarna al humanista, al librepensador y masón, es una de las caras de la educación que inconscientemente recibirá el joven Castorp, mientras que Naphta es un judío converso al cristianismo, que rechaza incluso el protestantismo y más aún las posturas radicales de Settembrini con quien mantendrá un animado diálogo a lo largo de la novela. Sin estos dos personajes, la novela hubiese sido casi imposible, sus posiciones y teorías, son en parte la razón de ser de los días y las noches de Castorp en la montaña. Sus palabras infieren tanto en el joven Castorp, que aún lejos de ellos, y cuando encuentra aficiones por otras actividades, las disquisiciones de estos hombre retumban de manera incesante en su pensamiento, exigiéndole lo más claro de su raciocinio para poder encontrar una posición verdadera.

Tampoco causó sorpresa, pero sí un poco de asombro a causa de su siniestra audacia, que Naphta se declarase partidario de la flagelación. Según él, era absurdo divagar sobre la dignidad humana, pues la verdadera dignidad se refiere al cuerpo, no a la carne, y como el alma humana se halla inclinada a sacar del cuerpo toda su alegría de vivir, los sufrimientos que se infligen al cuerpo constituyen un medio muy recomendable de estropearle el placer de los sentidos, y de arrojarla en cierta manera de la carne para que el espíritu recobre su poder sobre ella".

"No, la muerte no es ni un fantasma ni un misterio, es un fenómeno sencillo, racional, fisiológicamente necesario y deseable, y hubiese sido frustrar la vida el detenerse más de los razonable en contemplar la muerte. Por eso se ha proyectado contemplar el crematorio moderno y el columbrario, es decir, en algún modo la sala de la muerte, con una sala de vida y en la que la arquitectura, la pintura, la escultura, la música y la poesía se alíen para evitar al sobreviviente el espectáculo de la muerte y de un duelo inactivo hacia los dones de la vida". 

La posición verdadera no existe, pues nunca ha sido única para Castorp, quien tiene tanto de Settembrini como de Naphta. Pero se puede decir que en gran parte gracias a estos locuaces hombres, cosas rutinarias comienzan a ser vistas como complejísimos elementos, dignos del más arduo análisis y distinción. Las radiografías que portan los enfermos y que intercambian como si fueran tarjetas navideñas, que dibujan imágenes de calaveras y huesos de muerte, tienen un serio significado para Castorp. Así mismo, el arte, la política, la religión, la filosofía, son el pan de cada día en el Berghof y la mayoría o al menos los personajes que participan directamente en la novela, son conscientes de esto.

"El mal y el bien, la santidad y el crimen, todo eso mezclado! ¡Sin juicio, sin voluntad! ¡Sin poder reprobar lo que es reprobable! ¿Sabía el señor Naphta lo que negaba confundiendo a Dios y al Diablo en presencia de esa juventud, y negando el principio moral en nombre de esa dualidad abominable? Negaba el valor, toda escala de valores; era espantoso. Así, pues, no había ni bien ni mal, no existía más que el universo sin orden moral. No había tampoco individuo en su dignidad crítica, no existía más que una comunidad absorbiéndolo y nivelándolo todo, ¡el aniquilamiento místico! El individuo..."


Castorp sabe a los pocos meses de arribar al lugar, que nunca más será el mismo, al entrar en el ritmo cadencioso de la vida en el sanatorio. Luego, Castorp cree conocer el amor, personificado en Clawdia Chauchat, quien se va del sanatorio por un tiempo y regresa acompañada de un excéntrico personaje, que influenciará la vida del protagonista, tal vez como ninguno, a pesar incluso de su distancia intelectual frente a Naphta o Settembrini, pero que encarna una legítima expresión de carisma y liderazgo. Se puede decir, de admiración (Mynheer Peeperkorn). Llega tarde a la historia, casi sobre el final, pero su presencia le da casi todo el sentido a la misma, es la pincelada que termina de redondear el círculo, pues muchas inquietudes que surgen al tenor de las páginas se ven resueltas allí, en esta figura.

La montaña mágica, más allá de ser una montaña de páginas, es una historia digna de ser contada. Viene de la ficción pretendiendo ser real y en ocasiones traspasa el umbral, es premonitoria en muchos aspectos, es la gran novela alemana del siglo XX, pronostica la guerra, y deja ver que nadie escapa a ella. Que los ideales de patria y nación, se fortalecen frente al criterio humano y sagrado de la vida, que el reconocimiento y la sed de triunfo, superan con creces la virtud humana o espiritual bajo la óptica religiosa. La muerte siempre está al acecho de Castorp y sus amigos, ya sea por medio de la enfermedad, que es la única que les da lucidez e incluso los ennoblece y saca a flote la fragilidad humana. Pero la muerte también está presente en la sanidad, cuando la lucidez se pierde y el estímulo autodestructivo surge en los campos de batalla.

"Como si los hombres completamente sanos no hubiesen vivido siempre a costa de las conquistas de la enfermedad. Existían hombres que habían penetrado conscientemente en las regiones de la enfermedad y de la locura para conquistar, para la humanidad, conocimientos que iban a convertirse en salud después de haber sido conquistados por la demencia, y cuya posesión y uso, después del sacrificio heroico, ya no se hallarían por más tiempo subordinados a la enfermedad y a la demencia. Esta era la verdadera crucifixión".

"- ¡Dígalo - gritó volviéndose hacia su adversario -, dígalo bajo su responsabilidad de educador, diga francamente, delante de esa juventud que se forma, que el espíritu es enfermedad! ¡De esta manera usted los anima, los atrae a la fe! ¡Declare, por otra parte, que la enfermedad y la muerte son nobles y que la salud y la vida son cosas vulgares - es el método más seguro para animar al alumno a servir a la humanidad! ¡davvero, é criminoso!"

Si la montaña mágica realmente y antes de ser una novela filosófica es una novela de aprendizaje, el que se forma con sus páginas, antes que el protagonista, siempre será el lector. Maravilloso retrato humano de la débil figura de un joven.

"El uno es un sensual y perverso y el otro no toca nunca nada más que que el pequeño cuerno de la Razón y se imagina que puede llevar a ella incluso a los locos. ¡Qué falta de gusto! Es el espíritu primario y la ética pura, es la irreligión; completamente de acuerdo. Pero tampoco quiero, en modo alguno, pasarme al partido del pequeño Naphta, a su religión que no es más que un guazzabuglio de Dios y del Diablo, del Bien y del Mal, buena para el individuo que se tire de cabeza a fin de hundirse místicamente en lo universal. ¡Qué dos pedagogos! Sus disputas y sus desacuerdos no son en ellos mismo más que un guazzabuglio y un confuso estrépito de batalla que no puede aturdir a quien tenga el cerebro libre y el corazón piadoso. ¡Y ese problema de la aristocracia con su nobleza! Vida o muerte, enfermedad, salud, espíritu y naturaleza, ¿son contrarios? ¿Son eso problemas? No, no son problemas, y el problema de su nobleza no es un problema. Lo irrazonable de la muerte se desprende de la vida, si no la vida no sería vida, y la posición del Homo Dei se halla en el centro con la falta de razón y con la razón, de la misma manera que su posición se halla entre la comunidad mística y el individualismo inconsciente".


Notas tomadas de: THOMAS MANN, La montaña mágica, Editorial Diana S.A., México, D.F., Edición del 15 de enero de 1948.

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